La inmensa mayoría de las empresas continúa encorsetada en los paradigmas del management del pasado. Un management imperante que tiene casi un siglo de antigüedad, a pesar de lo mucho que ha cambiado el mundo durante este tiempo.
Un modelo de gestión del trabajo preponderante que, por ejemplo, da por hecho que para funcionar como organización es indispensable y necesario el control jerárquico y la supervisión del trabajador.
Tanto es así que hasta hoy casi todas las empresas obligan a trabajar con un modelo productivo que se rige por la cultura del presencialismo. Un presencialismo, propio de la era industrial, basado en medir el trabajo del empleado por su presencia física, más que por su actividad productiva.
Y aunque todos seamos conscientes de que no es lo mismo estar en el lugar de trabajo que estar trabajando (el "estar" no necesariamente significa "hacer"), lo cierto es que buena parte de las empresas todavía sigue dando más importancia al presencialismo que al desempeño.
Más que ser reconocido por tus logros, serás premiado por el tiempo que pases sentado en el escritorio de la oficina. De hecho, más que remunerarnos por nuestros resultados, nos pagan por nuestro tiempo: la jornada laboral de 40 horas semanales.
Así las cosas, los empleados somos esclavos de un rígido horario laboral, lo que contribuye a crear la idea generalizada de que el trabajo es un castigo, y no una actividad humana que debería desarrollar nuestra autoestima y hacernos sentir bien con nosotros mismos. Realmente lo que nos esclaviza no es el trabajo en sí, sino el hecho de que la compañía para la que trabajamos sea dueña de nuestro tiempo.
Y en este contexto de esclavitud laboral, no es extraño encontrarnos con casos extremos de control del tiempo del trabajador. Como por ejemplo la noticia que acabo de leer en El País que lleva por título Los trabajadores de Ikea en Milán protestan por tener que ir al baño con cronómetro.
Al parecer, la dirección de este centro de Ikea se dedica al absurdo de controlar y cronometrar las visitas al baño de sus empleados. Y no contenta con este disparate, también les prohíbe comer chicles en el trabajo.
Huelga decir que este tipo de acoso al trabajador es inútil. Más aún, se trata de una falta de respeto al trabajador que a la postre ha de resultar contraproducente para la propia empresa, porque cae de cajón que empleados insatisfechos implicará clientes insatisfechos.
Para muestra un botón: prueba a teclear la palabra "Ikea" en el buscador de Google, e voilà!: te encontrarás bien visible en las primeras posiciones el titular de Ikea: como mienten a los clientes.
Escena descartada de la película Office Space (1999) que viene como anillo al dedo
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