Al menos esto es lo que sentencia Rachel Botsman, para quien la tecnología (Internet, redes sociales,...) posibilita los comportamientos colaborativos y la confianza entre extraños.
Dice Botsman: "Ahora vivimos en una aldea global donde se pueden imitar los relaciones que tenían lugar cara a cara, pero a una escala y de forma que nunca antes había sido posible. Lo que sucede, en realidad, es que las redes sociales y las tecnologías de tiempo real nos están llevando al pasado. Hacer trueque, comerciar, intercambiar, compartir, pero reinventados en formas dinámicas y atractivas. (...) Estamos compartiendo y colaborando otra vez de un modo que, creo, es más hip que hippie. Yo lo llamo consumo colaborativo".
Botsman lo tiene claro: "Estamos pasando del híperconsumo del siglo XX hacia el consumo colaborativo del siglo XXI".
Y para Botsman este nuevo consumo colaborativo es mucho menos tangible (y más sostenible). Hoy el acceso es mejor que la propiedad. "No quiero un CD, sino la música que reproduce". No queremos poseer cosas, queremos las necesidades o experiencias que satisface. "El uso se impone a los bienes, (...) y a medida que los bienes desaparecen en la nube, aparece una línea borrosa entre lo mío, lo tuyo, y lo nuestro. (...) pasamos de la cultura del yo a la de nosotros".
Y todo este nuevo consumo colaborativo de intercambio con extraños requiere, según Botsman, de un grado de confianza en donde la piedra angular es la reputación. Y aquí la reputación no reside en nuestro crédito financiero (como sucede con el consumo tradicional), sino en el rastro que vamos dejando en Internet en torno a cómo colaboramos con los demás, y si se puede o no confiar en nosotros. Esta reputación será la nueva moneda social que determinará nuestra capacidad de acceso al consumo colaborativo del siglo XXI.
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